Kathmandú

De visita por Kathmandú

Día 27 (Calero)

No hay nada mejor que agarrarse un buen chuzo a 2 días de acabar el viaje, así que eso es exactamente lo que hicimos la noche anterior. Sin embargo, sí que hay muchas cosas mejores que levantarse a las pocas horas con una señora resaca para ver Kathmandú en un solo día. Acción–reacción, ya se sabe…

El desayuno del hotel, para compensar, fue el mejor desayuno que había probado en los últimos meses. Y sí, digo últimos meses pese a no llevar ni uno de viaje, pero es que un bufet libre en el que te hacían las tortillas delante de ti y donde tenías carnes, bollos, dulces, salados, bebidas de un tipo, de otro… es un desayuno de campeonato para los que no habituamos a pernoctar en los “Meliá” y “NH”.

Tras hincharnos a comer se nos presentó nuestro guía para el día de hoy en un perfecto castellano, pero con una innegable cara de nepalí. Resulta que para sorpresa nuestra allí habla bastante gente español por ser éste un idioma bastante estudiado, y o bien eso o bien el aprendizaje innato del comerciante callejero hacían de Kathmandú una ciudad en la que demasiada gente nos entendía.

Nos montaron en una furgoneta con nuestro castellano-parlante guía, que lució durante todo el día una sempiterna sonrisa en su rostro, y comenzamos a rodar por Kathmandú , capital del reino de Nepal. Este país, como bien dijimos, cuenta con la nada despreciable población de 24 millones de habitantes, y tras haber estado cerrado al exterior hasta mediados del siglo XX, el fenómeno hippy fue uno de los principales activos que abrió sus fronteras al turismo debido al sentido espiritual y místico que tiene el pais.

Hay una leyenda que dice que antiguamente había un gran lago en Nepal, habitado por serpientes. Un viejo sabio chino taoista llegó hasta allí y plantó una flor de loto y entonces la tierra se alzó y se formó una gran colina como origen de la ciudad, y es ahí justamente donde encaminamos nuestros pasos como primer destino.

En esa colina se encuentra la Stupa de Swayambhunath, la más vieja de Nepal con 2500 años de antigüedad, y el templo que la acoge, conocido como el Templo de los Monos. Esta stupa budista es un lugar sagrado no sólo dentro de su propia religión si no también para los hinduistas, religión mayoritaria del país con alrededor de un 80% de la población.

Nos dejaron en la parte de abajo, por lo tuvimos que subir los horripilantes 1000 escalones (y no es en sentido figurado) que acabaron con más de uno de nosotros… ahora sí que pasaban factura los cubatas de la noche anterior. Durante toda la ascensión hasta la stupa, vimos el por qué se le llamaba “Templo de los Monos”, era como estar en el Libro de la Selva! Hay que decir que los monos se encuentran en más sitios de la ciudad, no tan sólo entre estas interminables escaleras.

Escuchamos las explicaciones de nuestro guía acerca de la imponente stupa y los edificios que la rodeaban y tras dar una pequeña vuelta por el complejo y apreciar las maravillosas vistas de Kathmandú y todo el valle desde lo alto bajamos, pero esta vez por la parte de atrás, donde nuestra furgoneta nos esperaba para llevarnos al centro de la ciudad, a la plaza Durbar.

En la plaza Durbar un gran número de templos y palacios contemplan a los turistas, rodeados pese a ello del vaiven de la vida cotidiana de los nepalís; mucho de este vaiven sin embargo se centra en marear turistas y perseguirles hasta el más completo hastío para que compren cualquiera de los artículos de artesanía que tratan de vender. Lyon cometió el error de interesarse mínimamente por un cuchillo artesanal por el que le pedían unos 100 euros, si no recuerdo mal. Pues bien, durante todo nuestro recorrido a la Plaza Durbar íbamos 9 más el vendedor que perseguía a Lyon rebajando euro a euro su mercancía. El desenlace de la historia que lo cuente él…

Kathmandú . El mero hecho de oír ese nombre levanta sentimientos en los amantes del viaje, evoca algo lejano y exótico cargado de misticismo como unas pocas ciudades en el planeta consiguen; tanto es así que no sorprende cuando encuentras, en una esquina de la plaza Durbar, un pequeño palacete de ladrillo rojo llamado la “casa de la Kumari”, y te explican que esta Kumari no es otra cosa que una niña-Diosa viviente. Esta reencarnación de una Diosa en vida debe cumplir ciertos requisitos: ser una niña de 3 o 4 años de una determinada casta nepali, con un determinado horóscopo y con 32 determinados atributos físicos, a la que se encierra en una sala con cabezas de animales muertos, demonios y demás presencias terroríficas. Si la niña no se asusta, es elegida Kumari.
Lo será hasta su primera menstruación o hasta que una herida la haga sangrar, y durante ese periodo vivirá recluida en esa casa con su familia y será venerada incluso por reyes. Parece un destino fatídico a nuestros occidentales ojos, pero a los suyos es sin duda uno de los mayores honores que se pueden tener.
3 o 4 veces al día la Kumari se asoma a un balcón que da al patio interior del palacio y saluda durante unos segundos, y una vez al año se le permite salir de la casa, durante una importante celebración.
Nosotros tuvimos la suerte de estar en el patio cuando se asomó a saludar, no todos los días se ve a una Diosa viviente…

Tras la visita a la plaza nos volvimos a montar en la furgoneta y recorremos los 7 km que nos separan de Patan, localidad colindante con Kathmandú que fue declarada ciudad Patrimonio de la Humanidad, pero como tan solo atravesamos calles y más calles la sensación es la de no haber cambiado de ciudad y sí estar simplemente en otro barrio. Una vez allí visitamos su correspondiente plaza Durbar, en la que se encuentra el Palacio Real más importante y antiguo de Nepal, y también sus Baños Reales.

Después nuestro guía nos sube a comer a un ático de un edificio en la esquina de la plaza Durbar, desde donde hay unas vistas fabulosas de la plaza. Sería nuestra última comida nepalí y creo recordar que no iba exenta de picante…

Después de la comida se acabó la visita oficial a Kathmandú y alrededores, nuestro guía nos transportó de vuelta al barrio de nuestro hotel, el Thamel, y subimos a descansar un poco.
Un rato después, bien entrada la tarde, bajamos a recorrer el Thamel con fines meramente turísticos….
Mentira!!! Queríamos comprar, lo reconozco!! Tras un mes aguantando las ansias consumistas por motivos pragmáticos (Caravan no) éste era el momento de adquirir artículos en las cientos de tiendas hippys del barrio en el que se concentran la mayoría de comercios de artesanía, ropas “made in Nepal”, restaurantes y Guest-House para mochileros.
Pasamos la tarde dejándonos llevar por el placer del regateo y los irrisorios precios de todo lo que veíamos y comprando cosas para nosotros y recuerdos para conocidos.

Por la noche cenamos en una pizzería en la que literalmente nos estaban echando por ser demasiado tarde y subimos a la terraza de la planta de arriba de un bar a tomar algo pese a estar todos bastante cansados.
Lyon nos engaña diciendo que va “un momento al hotel y vuelve” y el resto se retiran a dormir, quedándonos solo Caravan, Illenca y yo. Acabaríamos en el mismo bar de chungos de la noche anterior (aunque esta noche las pintas no eran tan malas) y posteriormente en un escalón de la calle fumándonos una de las adquisiciones que hicimos mientras intentábamos espantar a un Nepali ultra brasas que nos quería vender de todo.
En ese último rato hicimos un pequeño balance del mes transcurrido, con la melancolía de un viaje que moría en nuestras manos. Mañana a mediodía tocaba volar rumbo a Londres, pasando previamente 24 horas en el aeropuerto de Delhi.

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