Everest

A los pies del Everest

Día 25 (Javi)

Después de pasar una mala noche debido a la altitud y el frío, en la que apenas hemos podido pegar ojo, suena el despertador de Elena. Son las 7. Elena se levanta y al volver trae malas noticias: hay mucha niebla, así que me dice que mejor esperemos a las 8. Mierda, parece que el sueño de ver el Everest se esfuma. Sería una pena enorme haber llegado hasta aquí y quedarnos con la miel en los labios. Pero como se suele decir, la esperanza es lo último que se pierde, así que me doy la vuelta e intento conciliar de nuevo el sueño imaginándome lo que sintieron las primeras expediciones británicas, con George Mallory a la cabeza, al llegar aquí. Ya no importaba la noche de desvelo, el destino no estaba en nuestras manos… A las 8 suena mi despertador, toca levantarme, así que me visto y, en mi interior algo me dice que estoy ante algo muy grande, uno de esos momentos que no se te olvida en la vida. Salgo de la tienda y ahí está, delante de mí, el monte Everest. Impasible, grandioso, majestuoso, por fin se había dejado ver. Saboreo esos segundos de descubrimiento, de fascinación, de atracción irresistible… y voy a avisar corriendo a los demás: “Ehhh gente, levantaos, rápido, que está ahí fuera. Está ahí”. Joder, no me salen las lágrimas pero la emoción es infinita. Todos se visten rápidamente y salimos de las tiendas. Nos quedamos asombrados ante semejante espectáculo: amanecer en el campo base del Everest. Joder, la alegría es inmensa, estamos flipando, es un sueño de la infancia hecho realidad.

Siempre había soñado con ver algún día con mis propios ojos el techo del mundo, el 3er Polo, la Gran Diosa Madre de la Tierra, aquello por lo que muchos arriesgaron su vida y algunos la perdieron. La mítica cara norte estaba ahí, con el 1er y 2do. espolón, al alcance de nuestra vista, donde 83 años atrás George Mallory y Andrew Irvine desaparecieron dejando tras ellos la mayor incógnita en la historia del alpinismo: ¿la primera ascensión al Everest?

Diosss, no sólo estábamos allí, a los pies del Everest, sino que además lo estábamos viendo. Costaba creer, estábamos en una nube, o debería decir que estábamos más cerca de ellas que nunca. Habíamos atravesado más de media Asia en pos de un sueño. Sin duda había merecido la pena. Qué vista más inolvidable! Ese instante permanecerá para siempre.

Sin desayunar siquiera, avanzamos camino hacia el gigante, y después de andar un cacho, subimos una pequeña colina donde hay colgadas miles de banderitas de oración. Llegamos asfixiados, pero merece la pena. Se ve una magnífica vista del valle de Rongbuk. Nos hacemos fotos y aprovecho para dejar allí mis banderas de oración firmadas que compré en Lhasa, una con los nombres de los expedicionarios, otra dedicada a la familia, otra a Mallory e Irvine por su inspiración, y otra como no, al foro www.inter-rail.org

Regresamos de nuevo al campamento base, siempre volviendo la vista atrás. Por unos momentos la niebla lo tapa, hasta que finalmente ya no se ve nada. Son las 9, justo 1 hora es lo que se ha dejado ver la Gran Diosa madre, justamente lo que predijo el lugareño sordomudo. Recogemos nuestros bártulos, nos hacemos una foto de despedida con el lugareño, montamos en los jeeps e iniciamos el regreso. Hubiéramos deseado estar todo el día allí pero nos esperaba una dura jornada.

De camino de vuelta, paramos en el monasterio de Rongbuk, y para nuestra sorpresa, el Everest se destapa de nuevo y se muestra aún con mayor claridad y esplendor. Una locura colectiva nos invade y aprovechamos para hacer un montón de fotos con un fondo inmejorable. Creo que no hay nada más bello, grande e impresionante como el Chomolungma. Semejante espectáculo se ve pocas veces en la vida y allí estábamos. Vaya subidón, las emociones se desbordan, sin duda el momento del viaje.

Seguimos rumbo por la carretera y siempre mirando atrás, tratando de captar una foto en la memoria para la posteridad. Hace un día espléndido, y lo hemos empezado de puta madre. Continuamos por la pista del día anterior, con buen tiempo y pasamos los tramos técnicos más difíciles con más facilidad ya que el barro está más compactado y los coches no patinan tanto. De vez en cuando paramos para dar un respiro, estirar las piernas, contemplar el maravilloso paisaje o para ver más de cerca al “amigo” yak, como k_lero.

Los paisajes son increíbles, circulamos por un altiplano del Tíbet y todo lo que nos rodea son montañas inmensas de 7000 y 8000 metros, como el Cho Oyu. Después de un último tramo de pista en plan rally, llegamos a Tingri, donde probamos por última vez la carne de yak, y nos encontramos por enésima vez con un grupo de españoles.

Tras la comida, seguimos ruta esta vez por carretera, no nos cansamos de ver paisajes espectaculares hasta que llegamos al puerto de Lalung La. Las banderas de oración ondean al viento en el paso a 5.200 metros, y desde donde hay una fantástica panorámica del Himalaya. Desde ahí se divisa también el Shisha Pangma, otro de los 14 ochomiles. Casi podemos tocar el cielo con la mano. A partir de aquí empieza un descenso vertiginoso hacia Nepal.

A medio camino nos encontramos que la carretera está literalmente taponada por un desprendimiento de rocas. Nos esperamos un buen rato hasta que, con detonadores, hacen explotar las rocas gigantes que hay, y una excavadora las retira y libera el paso a todos los coches que estábamos allí atrapados. Continúa el descenso y pasado Nyalam, el paisaje cambia radicalmente pasando de un terreno árido y montañoso a meternos en un valle muy profundo, lleno de vegetación y multitud de cascadas espectaculares. Cuando llevamos ya un buen rato descendiendo, una densa niebla cubre el camino y empieza a llover, lo cual dificulta aún más la circulación. De vez en cuando nos sorprendemos con saltos de agua imposibles, alguno de los cuales pasamos por debajo. Son casi las 8, está oscureciendo y el camino ya empieza a ser pesado, estamos deseando llegar pero esta carretera y el valle parecen no tener fin. La carretera, que está siendo remodelada a fin de asfaltarla y hacerla más transitable, está llena de gente que vive y trabaja en ella. Llegamos a Zhangmú después de una gran paliza, y tras un rato buscando donde meternos, acabamos en una habitación compartida los 9, en un hotel normalito donde el servicio deja bastante que desear.

Bajamos a cenar y tardan una eternidad en servirnos, que pasamos con buen humor y haciendo bromas sobre las guindillas que nos pondrían en cada plato, y que al final nos pusieron. Estamos a punto de degollar al camarero. Tras la cena, nos animamos y para festejar tan grandioso día, nos vamos al “Night Club” de al lado del hotel, y nos lo pasamos genial viendo los shows-espectáculos que montan los chinos. Lástima que no haya fotos de esto, porque nos partíamos viendo a los chinos bailar. De ahí nos vamos a tomar la segunda birra al karaoke de al lado, y nos pegamos unas buenas risas con la de elementos que hay por allí, todos borrachos perdidos, incluidas las camareras, algunos potando por allí enmedio. Pedimos el libro de canciones pero no hay ninguna en inglés, es una putada porque algunos ya nos estábamos animando, jejee.

En fin, acabamos la birra y nos vamos por fin a dormir, con una sonrisa de oreja a oreja. Estamos reventados pero el día ha sido muy intenso por todo. Como diría Alexandra: «Para aquél que sabe mirar y sentir, cada minuto de esta vida libre y vagabunda es una auténtica gloria».

Es la última noche en el Tíbet. Al día siguiente llegaríamos a Nepal

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