DÍA 3 – MYKONOS


“La playa del mal”

Nos levantamos a las 5:30 después de 2 miserables horas de sueño y salimos fuera con las mochilas, poniendo con sumo cuidado el pie en la acera por si estaban todavía las calles sin poner…
Tras una pequeña caminata hasta la estación de buses que hay en el parque Areos nos montamos en el bus que nos llevaría al puerto de Rafina (2,30 €). Disponemos de una larga horaza de viaje para apreciar los paisajes oníricos de Atenas a Rafina, y no porque lo sean de verdad si no porque no le dimos tiempo ni a que arrancara el bus antes de desnucarnos los dos en el asiento.

Ya en el puerto, a las 7:35 estabamos saliendo en nuestro ferry dirección Mykonos; encontramos unos asientos maravillosos en los que te podías tumbar, así que disfrutamos de otras 2 horas y pico de sueño (más que en el albergue, de hecho) y el resto del viaje lo subimos a cubierta a disfrutar del Egeo, las Cícladas y el sol, hasta que a las 12:30 atracamos en el puerto de Mykonos.

Mykonos… no tiene nombre. Quitando el abrasante sol que nos castigaba (y que nos lo hizo pasar realmente mal con las mochilas a cuestas) la isla es un hervidero de cuerpos, fiesta, exhuberancia, músculos y estética. Era el turismo del culto al cuerpo, Durán ya hizo notar que debíamos ser los únicos barbudos de la isla.
También hay que decir que caímos en uno de los sitios con más ambiente joven de la isla: “playa Paradise”. El sitio en si era un gran camping (también tenían pequeños cuchitriles) con una playa rodeada de varios garitos. Todo parecía sacado de una peli yanqui de efervescentes chavales; la verdad es que se veían unos cuerpos impresionantes, muchas gafas gigantes, multitud de top-less, una camarera en bikini que repartía chupitos de Jägermeister en la entrada, otra que iba con una escopeta de agua disparando a los presentes con una gran sonrisa en su cara, gente bailando subida encima de las mesas al atardecer, música electrónica tronando a casi cualquier hora… personalmente nunca había visto algo así, Durán encontró bastantes similitudes con Ibiza.

Echamos el día en la playa, comida inclusive, y por la tarde encontramos en el pequeño supermercado de fuera del camping nuestra solución a los desorbitados precios de las barras: botella de litro y medio de vino por 5 euros. Excelente!
Pasamos otro rato en la playa con el vino y después nos dimos una ducha y nos fuimos a la capital, tras los 20 minutos de rigor en el autobús (pasaba toda la noche y costaba 1,20€).

La capital, Mykonos u Hora (como en más de la mitad de las Cícladas) es bastante bonita, es la típica pequeña localidad que te imaginas cuando te hablan de “islas mediterráneas”: estrechas y serpenteantes calles, casas encaladas con azules marcos, flores, plantas, color, pequeños rellanos, balconadas, escalinatas… y un laberíntico entramado de calles que te hacían perderte con pasmosa facilidad.
Evidentemente, siendo la isla que es, toda esa magia quedaba un poco empañada por los cientos de turistas, el sinfín de tiendas de souvenirs, moda, restaurantes, joyerías… pero algo tendrán que hacer los turistas, no?

Nos acercamos al puerto, estuvimos también viendo los molinos, nos perdimos por sus calles, descubrimos varios excelentes rincones pintorescos… hasta que finalmente todo cae por su propio peso: acabamos de cervezas y algún cubata en la calle y en algunos garitos que encontramos.
Después, ya bien entrada la noche, decidimos prudentemente volvernos al camping para no acabar metidos en el Space en nuestra insensatez y allí, con unas cervezas, nos quedamos un buen rato en la playa tirados en las hamacas, con ese estúpido e innato rechazo a acostarnos. Eso sí, nos reímos y mucho. Incluso nos asomamos desde la arena (e intentamos colarnos) a la discoteca oficial de la playa, esa noche iba Boy George (ve tú, yo paso).
Y como no, nos fuimos a dormir bastante tarde y bastante perjudicados… mañana a Delos prontito, veremos quien es la ruina…

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