Día 1 – Atenas


“Hello, my name is Jesús, and I am from Spain”

Aquí estoy, en Barajas, mi avión sale con 20 minutos de retraso. Destino: Atenas. Durán me espera allí desde mediodía, previo paso por Barcelona y haber perdido su bus Madrid-Barcelona anoche; yo llegaré a Atenas a las 23:30, el viaje ya dura sus buenas 3 horas y media a lo que hay que sumarle 1 más por la diferencia horaria.
Incluso tengo la fortuna de, no sólo viajar gratis, si no además disfrutar de una cena en el vuelo, impresionante. El último vuelo que cogí fue algo más largo (4 horas a Estocolmo) y no nos dieron ni los buenos días.

Aterrizamos en la capital helena y salgo rápido del avión, llegando el primero a las cintas de equipaje y coincidiendo en ese instante con mi mochila asomando por la cinta también la primera… nos hemos puesto de acuerdo! Yo creo que ya hay sincronía, feeling… el roce hace el cariño, ya se sabe.
La recojo y salgo hacia fuera siguiendo los carteles que rezan “BUS”, hace buena noche en Atenas. Al salir me encuentro con el autobús a punto de partir, así que me acerco a la caseta a comprar por 3 eurazos el billete -que no llego a validar, ya que Durán me dijo que no había revisores- y al poco de subir arranca el bus, directo a Syntagma, una de las principales plazas de la ciudad.
El trayecto dura una horaza, el aeropuerto Venizelos -el único de la ciudad- está realmente lejos, y la primera impresión que me llevo de la ciudad es que no me entero ni del NODO con los cárteles en griego… yo era de ciencias puras… que coño son esos triangulitos? Cómo que las “pes” son “erres”? Menos mal que de mi estancia en Rusia el año anterior saqué unas provechosas nociones de cirílico… que por supuesto están más que olvidadas.
Bueno, realmente todo esto lo he puesto por rellenar un capítulo francamente corto, hay que decir que a los pocos días teníamos más que dominado el alfabeto griego, no tiene tampoco excesivo misterio.

Tras un largo viaje llega el bus a Syntagma, cargo la mochila al hombro, bajo del autobús y … flash! fogonazo en toda la cara; Durán me espera en la acera cámara de fotos en una mano y birra en otra. Buen recibimiento, si señor.
Echamos a caminar hacia Omonia (15 o 20 minutos), otra de las grandes plazas de la ciudad, mientras Durán me cuenta los infinitos paseos que se ha dado por la ciudad desde que llegó a mediodía, viendo cambios de guardia (y siguiéndoles), subiendo al monte Licabeto, etc…

Nuestro albergue, llamado Lozanni, estaba cercano a Omonia, que según nos dijeron era una de las peores zonas de la ciudad, aunque nosotros no viéramos nada extraño salvo inmigrantes en la calle por las noches (suficiente para asustar a muchos).
Este albergue creo que fue el más caro de todo el viaje, 25 eurazos. Y tampoco los merecía, la verdad. La entrada triunfal correspondió a Durán: nada más entrar en la habitación con varias literas, ante nuestras 2 compañeras canadienses que estaban tumbadas en la cama, pronunció un esmerado “Hello, my name is Jesús, and I am from Spain”. Eso es un chaval educado y lo demás son tonterías… lástima que luego, avanzado el viaje, fuera perdiendo esos refinados modales.

Nos tomamos unas cervezas en el bar del hostel, también somos invitados a nuestro primer ouzo (gran bebida nacional con sabor a anís y 40 grados: la bebida del futuro) y después fuimos a una plaza cercana, Exarhia, de la cual se decía que era el barrio “alternativo” de la ciudad para salir. Pasamos un rato en la propia plaza de Exarhia, escuchando a unos chavales cantar y tocar canciones griegas con instrumentos de cuerda, y acabamos en un bar en el que ponían música folk americana (o “La Frontera”, según el oído) y aguantamos en agradable charla hasta las 3:00 o 4:00 de la mañana, que decidimos retirarnos. 3 semanas de libertad por delante, maravillosa sensación.

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