Atravesando la selva en barco

Bueno, para este capítulo voy a cambiar el estilo, os voy a dejar un extracto de lo que escribí en los 7 días que estuve en barco por río para llegar hasta Ecuador. Quizás sea más largo, pero la experiencia fue única, ahí va:

«8 días es lo que se tarda en cubrir los 900 km que separan Iquitos (Perú) de Coca (Ecuador) por barco a través de los ríos Amazonas y Napo, dos extremos entre los que no existen las carreteras. Este trayecto lo tenemos que hacer en 3 partes: primero 7 días en un barco desde Iquitos hasta Pantoja, último pueblo Peruano. Luego en una canoa con un pequeño motor cruzaremos desde Pantoja durante 2 horas a Nuevo Rocafuerte, primer pueblo ecuatoriano. Y finalmente otra canoa más grande nos llevará en 15 horas de viaje hasta Coca, donde de nuevo comienzan las carreteras y la civilización. La primera parte de la ruta, la de los 7 días, sólamente la hacen 3 barcos y, con un margen de frecuencia de unos 10 días en los que sale cada uno de ellos, es la ruta menos transitada de todas cuantas salen de Iquitos (hacia Brasil, Colombia u otros destinos de Perú hay salidas diarias) y es también a su vez la ruta más larga.

A los dos días de mi llegada a Iquitos zarpamos en el «Cabo Pantoja», costaba 22 euros por los 7 días de viaje, y por este precio puedes colgar tu hamaca junto con todos los demás al fresco; además te proporcionan desayuno, comida y cena (has de llevar tu propio plato, eso sí), que podréis imaginar cómo son… El desayuno y la cena suelen ser idénticos, y es «cuaque» (avena molida, agua y leche) con 3 trozos de pan duro. La comida suele ser un montón de arroz blanco adornado con un minúsculo trozo de algo cambiante: pollo, res, chancho (cerdo) e incluso un día hemos tenido atún. Al menos los pollos son frescos, porque los llevamos vivos en el barco, y cada día hay 2 menos… Llevamos bastante carga y pasajeros, calculo que unos 50, todos peruanos menos Sven (alemán), Josh, Laura (canadienses) y yo. Por suerte este barco, a diferencia de los otros 2, no lleva demasiados animales y también parece ser el mejor. Hay 2 niveles y una bodega por debajo, totalmente llena. La planta intermedia es cerrada salvo por las ventanas y a mí me resulta abarrotada de gente, claustrofóbica y con un fuerte olor de las cocinas, baños y humano. La de arriba es abierta y además tiene como unos 10 camarotes, que cuando yo llegué al barco estaban ya todos ocupados así que no me tuve que plantear nada, tan solo comprar una hamaca en el puerto por 3 euros y colgarla junto al resto de peruanos. Mi hamaca, ni que decir tiene, es la peor del barco, es de rejillas y me siento como un balón de futbol dentro, pero la verdad es que pensé que sería más incomoda, no me cuesta dormir en ella cada día (y por 3 euros qué podía esperar!).

Y los días pasan y la civilización se acaba, sólo encontramos esporádicos grupos de casas y pequeñas comunidades a orillas del río, a lo largo del cual viven 4 etnias diferentes: Quichua (no Quechua), Secoya, Huitoto y Coto. En estas comunidades algunos hablan castellano, otros sólamente su propio idioma, y en ellas vamos haciendo paradas para dejarles víveres o recoger algunas cosas, éste es su único medio de contacto con la civilización, aquí toda la vida gira en torno al río y metros hacía adentro de sus casas la selva ya manda, lo ocupa todo. El paisaje es monótono, siempre igual, pero a la vez abrumador, pura selva. Prefiero viajar por esta zona, en la que el río tendrá unos 200-400 metros de anchura, que más abajo, en Brasil, donde en muchos puntos no se pueden ver las orillas.

Y la gente… lo más importante que puedes ver en este viaje es la gente, cómo viven a orillas del río, con muy poco, cómo cada uno de los pasajeros hace su vida y cómo cada uno tiene su propia historia: los militares que vuelven a la base tras su permiso, los constructores que van a fabricar pequeños centros de salud en algún poblado, el jefe de comunidad nativa que vuelve con los suyos, el superviviente a una tragedia hace un año en un barco similar a éste que se hundió salvándose tan sólo unos 15 de 100 pasajeros… Y niños, siempre niños, muchos niños.

Esto es vida contemplativa, mirando por la borda, viendo el proceso de carga y descarga en cada parada, hablando con esta gente a la que apenas entiendo en español, y también muchos ratos con Sven, Josh y Laura. Probamos extraños alimentos -frutas exóticas, comidas locales- y vemos algunos (aunque no muchos) animales que no había visto jamás. Por suerte no parece haber mosquitos de los «peligrosos», de los que portan malaria, pero a partir del tercer día hemos recibido una infatigable plaga de microscópicos demonios que producen picaduras mucho más grandes que los propios mosquitos y generan mucho picor. Hoy, aburrido, conté cuántas tenía tan sólo en mi brazo izquierdo y el número ascendía a casi 100 pequeñas picaduras.

Finalmente parece que no llegamos el viernes a Pantoja, como preveíamos, si no el sábado. Un día de retraso entra dentro de lo previsible aquí, y ya lo mismo da tardar un día más que un día menos, estamos acostumbrados al río, la hamaca y la comida monótona. La experiencia la verdad es no se me va a borrar de la memoria, es dura, desde luego no apta para los amantes de la comodidad, la limpieza y que odien a los bichos, pero sinceramente yo no la cambio, ha merecido la pena mucho, si tuviera que volver a elegir repetiría sin dudarlo.»

 

Hasta ahí el extracto del diario en el barco. Tras esto que cuento cruzamos la frontera en barca y al día siguiente nos metimos otras 15 horas en una canoa grande motorizada (repleta de gente) que nos llevó hasta Coca, ya en Ecuador. Así que el siguiente capítulo será ya desde aquí!

Todas las Fotos

 

 

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