Día 2 (Cris)
Última ducha, dato importante teniendo en cuenta que vamos a pasar 88 horas en un tren. Pero antes tenemos algo de tiempo para despedirmos de Moscú. Después de dos días aquí todavía no hemos sido capaces de ver el Kremlin pese a haber ido tres veces a la Plaza Roja. Esto nos hace darnos cuenta de que andamos algo flojos de organización, algo que creo que iremos mejorando aunque solo sea un poco a lo largo del viaje. La noche anterior, entre chupito y chupito (olé ese vodka frío, a palo seco pero frío, ¡no volvimos a catar tal exquisitez!) debatimos como aprovechar el poco tiempo que nos quedaba en Moscú. El Kremlin estaba pendiente, pero dado el poco tiempo que teníamos, el sentido común nos hizo descartarlo y nos decidimos por el parque Gorki.
Pillamos metro y nos encaminamos hacia allí. Vamos bordeándolo hasta que vemos una entrada. Hay un detector de metales para entrar, que los rusos van pasando sin problemas. Cuando nos disponemos a hacer lo mismo, no nos dejan pasar, nos mandan a otra entrada, más adelante. Vamos mirando atentamente a lo largo de toda la verja, no sea que nos pasemos la entrada… Minutos después comprobamos que era imposible saltársela:
Allí hay otro detector que la gente pasa también sin problemas, pero enseñando un tique que han comprado previamente: ¡nuestro gozo en un pozo! Yo creo que la primera entrada era la buena, la del parque y que esta segunda es para el parque de atracciones que ocupa una parte del parque. No sé si mandarnos a esta ha sido de buena fe pensando que somos tan suicidas como para montarnos en esos cacharros que llevan sin pasar una ITV desde tiempos de Lenin o a mala leche. Decidimos no entrar porque ya sólo nos quedan 20 minutos de margen para coger metro otra vez e ir al albergue a buscar las mochilas.
Una vez recogidas las mochilas vamos hacia la estación. Nos distribuímos las tareas: campamento base para guardar mochilas, averiguaciones ferroviarias, acopio de blinis y aprovisionamiento de bebidas. Ya lo tenemos todo, solo nos falta subir al mítico transiberiano, que será nuestro hogar los próximos cuatro días.
Tenemos tres compartimentos seguidos en el vagón 13 (tres personas en un compartimento, cuatro en otro y dos en el último). Uno de estos compartimentos es exclusivamente nuestro y este será el campamento base. Nos servirá de comedor, de sala de estar para tertulias y de casino.
El tren merece una inspección, que no se hace esperar: organizamos una expedición para recorrerlo de cabo a rabo. Empezamos desde nuestro vagón hacia atrás, hacia los barracones de campo de concentración… esto… hacia 3ª clase; ¡menudo hacinamiento, qué agobio! Llegamos al final del tren y nos quedamos embobados viendo por la ventanita trasera como vamos dejando atrás kilómetros y kilómetros de vía.
Nos tocan ahora los vagones de delante, los de 1ª clase, con su aire acondicionado, no sea que los señores se despeinen abriendo las ventanas; todavía no lo sabemos, pero resulta que en esos vagones ¡incluso pasan el aspirador! Nada que ver con el cubo de líquido negro (no me atrevo a usar la palabra agua) y la escobilla con la que se pasean para llenar el expediente en nuestro vagón (tampoco me atrevo a usar el verbo limpiar).
Nos falta solo el vagón restaurante que resulta que no tiene nada que ver con el resto del tren. El tren está ¿decorado? con cortinas que no soy capaz de describir y alfombras de salón de abuela que no encajan en absoluto con las cortinas excepto por una cosa: su grado de horterismo. El vagón restaurante, en cambio, parece una hamburguesería americana; es como un Burger King con ruedas: todo decorado en rojo, con su barra, sus taburetes de plástico y sus sofás.
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