Día 13 (Cris)
Vamos a bordo del vuelo 223 de Mongolian Airlines. Empiezan a pasar con el carrito y to’Dios pillando bebidas… ¿A ver si van a ser gratis? ¡Pues va a ser que sí! Anda, ¡si también dan cacahuetes! (bueno, o su equivalente asiático: unas galletitas con apariencia de saladas pero que son dulces). Esto es como en los viejos tiempos… Y rematan el vuelo con la cena. ¡Olé! A todo esto vamos comentando nuestras impresiones sobre Mongolia, país que dejamos atrás y empezamos a mentalizarnos del giro radical que va a dar el viaje: después de tres días en la desértica Mongolia estamos a punto de aterrizar en una macrourbe de 16 millones de habitantes, que vamos a afrontar por libre y con la única ayuda de una mini guía de conversación de bolsillo.
Cuando aterrizamos, intentamos aprovechar el bilingüismo del aeropuerto para aprender algunas lecciones útiles en plan autodidacta: «entry» = lambda-mesa, «exit» = ‘dos tenedores-mesa’, «toilette» = ‘tres simbolitos y el último es algo rodeado por una puerta’; ¿y cual es mi «toilette«? Pues el ‘triángulo invertido con patitas que le salen’. Eso sin olvidar el omnipresente ‘cactus’, que no nos abandonará en nuestros días de convivencia con la escritura china.
Vamos a pasar la aduana y hay mogollón de peña. A nosotros nos parecen todos chinos, o sea, que no son occidentales, pero va a ser que no son chinos porque están en la cola de extranjeros. Abren otro mostrador para extranjeros y unos cuantos corremos y conseguimos situarnos bien, pero se nos queda medio grupo rezagado al que se le cuelan tropecientos ‘no chinos con aspecto de chinos’ así que no avanzamos nada porque hay que esperarlos.
Los chinos son fans de las nuevas tecnologías y justo llegar al aeropuerto aprovechan la oportunidad para demostrarlo. Los mostradores de aduana tienen unos botoncitos para que evalúes de forma automatizada al funcionario de turno que te está atendiendo.
Después de las lecciones autodidactas de chino, los botoncitos y las fotos, por fin vamos a la zona de recogida de equipajes. Por primera vez en la historia de la aviación no tenemos que esperar las mochilas. ¿Nos están esperando ellas a nosotros? Nooo. Nuestra cinta está parada, pero no en plan ‘todavía’ está parada sino ‘ya’ está parada y allí no queda nadie. Vemos a un chino con un carrito con todas nuestras mochilas; las ha retirado porque no las ha recogido nadie; nos lanzamos a por él y las recuperamos.
Prueba superada. Ahora nos toca llegar al albergue. Tenemos indicaciones de como ir en transporte público, pero hay que hacer varios transbordos y es de noche; a ver si nos vamos a enredar y nos vamos a quedar a mitad de camino. Además, en el albergue nos han dicho que si somos 9 lo mejor es ir en taxi y tenemos un precio de cuanto debería costarnos; eso sí, tenemos nuestras dudas de si ese precio es por grupo, por taxi o por persona; tampoco tenemos claro si es en yuanes, dólares o euros. Vamos, que nos encontramos en unas condiciones inmejorables para negociar.
Después de varios intentos fallidos un flipado nos dice que nos lleva a todos, o sea, a los 9 y a las 18 mochilas (las grandes y las pequeñas). En una ciudad de estas dimensiones los taxistas no se saben las calles así que llamamos al albergue y allí le explican como llegar. El tío acepta, nos apretujamos todos en el taxi-furgoneta y pa’llá que vamos.
Al cabo de un rato el tío para y nos hace entender que ha llegado el momento de bajarnos. Miramos por las ventanas y a través de la oscuridad de la noche solo acertamos a distinguir algo que parece un suburbio con una pinta muy chunga. ¿Qué nos bajemos? ¿Es una broma, no? Por mi cabeza pasan dos opciones: o el tío se ha colado y no ha entendido las indicaciones del albergue o nos la ha colado y pretende cobrarnos y dejarnos allí. Desde el asiento de atrás llega una voz que ha pensado en una tercera opción: ¡secuestro! El tío, viendo que no tenemos intención de bajarnos, avanza unos metros y nos señala un cartel: «Sleepy Inn Downtown Lakeside». La única opción que no se le había ocurrido a nadie era la buena: es aquí.
Al final resulta que el albergue está muy bien. Hay una sala común súper acogedora, donde pasaremos largas veladas echando continentales con cervezas de 600 ml a 0.80 euros, con Internet. Las chicas de recepción son un cielo y se lo curran un montón, y Estela, la gatita, es otro cielo. A las chicas nos dan una habitación para nosotras solas, con baño privado; al final el baño no es tan privado porqué los chicos tienen problemas para usar el baño común, que es el que, en principio, les correponde: que si a uno le da igual ducharse ahí pero quiere váter de taza; que si al otro el váter le da igual, pero que le gusta más nuestra ducha… Pero si los baños comunes tienen unos váter-ducha 2×1 que parecen la mar de prácticos, el invento del siglo, ¿verdad, K_lero?
Y el barrio… visto a la luz del día y a la luz de las siguientes noches pues resulta que no está mal; solo había sido una primera mal impresión.
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