Mongolia 2

Historia de un caballo

Día 12 (Javi)

Nos levantamos temprano y a las 8 ya estamos en marcha. El día de hoy resulta ser muy largo en cuanto a kilómetros. Los paisajes siguen siendo espectaculares pero hacemos pocas paradas, salvo en los montoncitos de piedras en los que seguimos haciendo nuestros rituales o para mear, y luego más tarde, cuando paramos a ver a un pastor y su hija ordeñar unas yeguas.

A la hora de comer, nos han preparado un picnic en medio de la estepa mongola. Y aquí viene una de las anécdotas del viaje, que será recordada por siempre jamás por los mongoles y se transmitirá de generación en generación como «La historia del guiri que no sabía montar a caballo» o «El hombre que susurraba a los caballos».

El caso es que 2 jinetes que pasaban por allí se acercaron al vernos de picnic y se pusieron a hablar con nuestros conductores. Entonces me acerco yo para hacerles unas fotos y uno de ellos, viendo que acariciaba el caballo, me invita a montar en él. Yo acepto encantado, y nada, empiezo a darme una vuelta con el caballito. Al principio íbamos normal, al paso, como había ido de pequeño un par de veces, y qué bonito todo, allí con toda la estepa mongola por delante. En eso que Raquel, que sí sabe montar a caballo, coge el otro y pasa justo delante del mío al trote. Y es entonces cuando mi caballo, el muy cabrón, empieza a correr como un desesperado, yo flipando me agarro bien y empiezo a dar botes y botes, hasta que me pongo en una posición aerodinámica como si llevara una Harley. Cojo una cuerda y tiro de ella, y el cabrón acelera más todavía. Son momentos que pasan a cámara lenta, y en los que intentaba buscar en mi cabeza cómo se paraba esto. La verdad es que se me pasan flashes de toda mi vida y todas las pelis del oeste por la cabeza. Sin saber muy bien qué hacer, le susurro al caballito: “sooooooooooo, so cabrón párate ya”, pero nada, el muy joputa sigue galopando como un descosido cruzando toda la estepa. Por fin agarro las riendas y tiro con ellas hacia atrás, el cabrón empieza a aflojar, tiro un poco más y cuando veo el momento, me digo a mi mismo, ahora o nunca, e intento bajarme, aunque un pie se me queda enganchado en el estribo, y acabo cayendo rodando. Yo no lo vi, pero se ve que el joputa dio unas coces hacia atrás. Cuando me levanto, el muy …..estaba ya a tomar por culo por la llanura. Me miro lo que me he hecho y ohhh, milagro, sólo unas rozaduras en el brazo, nada roto. La verdad es que he tenido mucha suerte, podía haber acabado aquí mi viaje. Voy caminando hacia donde están los demás, y viendo que no me había hecho nada grave, empiezan a descojonarse. Qué cabrones. A mí también me entra la risa.. Y mientras Mendee, alucinaba y muy preocupada no dejaba de preguntarme si estaba bien. Y yo pensando y ahora qué hago con el caballo, se lo he perdido al mongol este. Uno de ellos fue a buscarlo mientras el otro se unía al descojone. Elena me cura las heridas y seguimos la ruta. Aquella tarde las bromas se repetirían varias veces, y ya empezaban a llamarme que si Indiana, Caravan Jones, que si llanero solitario, John Wayne, que si «ese caballito que viene de Bonanza» .

Ya más tarde, con todo más calmado, paramos en un asentamiento mongol para preguntar la dirección correcta ya que nos habíamos perdido varias veces. Es lo que tiene no usar un GPS como debe ser y marcarte las rutas por coordenadas. Allí un viejo mongol nos invita a queso, que la verdad es que estaba bastante malo, muy agrio y fuerte. Menos a Elena, que le gusta todo y se los acabó comiendo, los demás casi no lo pudimos terminar. El hombre emocionado acabó haciéndose unas fotos con nosotros y le estuvo dando la brasa a nuestra guía.

Seguimos la ruta y nuestra próxima parada es un poblado con 4 casas de madera, Erdenedalay, donde está el monasterio de Gempildarjaalin, construido en el s. XIX en conmemoración de la primera visita del Dalai Lama a Mongolia. Está cerrado pero Mendee va a buscar a alguien para que nos lo abra.

Es tarde ya cuando llegamos al campamento de gers, tras casi 13 horas de ruta en coche. Estamos petados. Cenamos y nos ponemos a jugar a las cartas. Hace una noche estrellada como no recuerdo hace tiempo, se ve perfectamente la Vía Láctea y millones de estrellas que giran en el firmamento.

 

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