Baikal

Más del Baikal, antes de seguir la ruta

Día 8 (Javi)

La noche antes habíamos sorteado con cartas el turno de ducharnos, puesto que a las 8.30 teníamos que estar fuera. Yo saqué un as y me tocó pringar el primero, a las 7. Conforme íbamos acabando, llamábamos al siguiente y así sucesivamente. Menuda sincronización… Está claro que a las 8.30 no estábamos listos ni de coña. Mientras, la mujer rusa, Galina, empezó a prepararnos el desayuno, a base de montañas y montañas de crepes. Esta mujer era una maniática del orden, y ponía las cosas en la mesa de manera precisa y metódica, sin que nada pudiese alterar su sitio. A Illenca la mandó moverse y tuvo que desayunar a medio metro de la mesa. Pero bueno, aparte de esto, era buena mujer y una máquina de hacer crepes, que luego untábamos con mermelada, una especie de crema lechosa muy dulce y una especie de membrillo. Después de ducharnos, desayunar y acabar de hacer los macutos nos despedimos de Galina y nos vamos a dejar las cosas al albergue, para irnos a coger el ferry, destino Bolshie Koty. El viaje, bastante aburrido; parecemos sardinas enlatadas y sin poder mirar por la ventana, así que aprovechamos para sobar. En el embarcadero de Litsvyanka suben Diego, Esther y Martín, y hacemos el resto del trayecto juntos.

Bolshie Koty es un pequeño pueblo situado en el litoral oeste del lago Baikal, al que solo se accede a pie o en barco (no hay carretera). Es un lugar hermoso y tranquilo, ideal para hacer excursiones por el lago y los bosques que lo rodean. Nos vamos por un caminito haciendo un pequeño trek hasta llegar a un alto donde se ve una fantástica playa, entonces nos separamos de esta gente puesto que nuestro ferry de vuelta salía antes. Vemos el pueblo o las 4 casitas de madera que hay y nos adentramos por un caminito hacia el interior de un bosque. La verdad es que este sitio es encantador, no me extraña que los rusos vengan aquí a veranear, buscando paz y tranquilidad.

Ya en el ferry de vuelta aprovechamos para sacar embutido, pan y tomate y hacernos unos buenos bocatas. Nos sorprende que los rusos hagan lo mismo, y es que estaba el barco lleno de domingueros. En Irkutsk, cogemos un taxi que nos deja en la estación de tren y preguntamos en las consignas qué cuesta dejar allí las cosas. Conclusión: pasando del tema, que con lo que cuesta nos da para una botella de vodka lo menos… Como todavía quedan 10 horas para coger el tren, aprovechamos para volver andando y dar un paseo por la iglesia, donde no paran de tocar las campanas, y estamos un rato sentados a la orilla del río.

Ya en el albergue, revisamos el correo, hacemos alguna llamada y nos vamos a cenar a un garito que está enfrente y donde nos damos el último atracón de comida rusa. De camino a la estación cogemos un tranvía y una vez allí, nos apalancamos en un rincón. Sólo quedan 6 horas para que salga el tren, y qué mejor forma de matar el tiempo que comprando cerveza y beber como cosacos. La noche es joven. Cuando ésta se acaba nos vamos a comprar vodka que nos venden en una tienda donde están reunidos todos los yonkis de Irkutsk. Seguimos dándole a la botella y mientras, nos encontramos otra vez con Daikos, Lualua y Martín, que cogen el mismo tren, y más charlas, historias…hasta jugamos al hacky un buen rato por allí enmedio hasta que Daikos cuela la pelotita en lo alto del mostrador. Vaya risas en el vestíbulo, y vaya la que armamos, casi echamos a todos los rusos de allí xDD.

El tiempo pasa y por fin son las 5.30, hora de coger el tren que nos llevará a Mongolia. Lyon va con una castaña que lo flipas, y casi nos creemos que no tiene billete cuando dice que no lo encuentra. Fue un momento de tensión, nos quedamos todos mirándole y el muy perraco que iba pedo se había quedado con nosotros. Qué susto, nuestro marinerito que casi se queda con los rusos. Al montar en el tren la azafata mongola nos recoge nuestros billetes y cual es nuestra sorpresa cuando nos encontramos que nuestros compartimentos están ocupados por intrusos. Ante la pasividad de la provonidka, conseguimos echarlos aunque algunos se resisten a desalojar el compartimento y tenemos alguna que otra bronca y amenaza por parte de una familia mongola.

Una vez instalados, flipamos con lo que vemos. Todos los mongoles del tren están traficando, pasando cantidad de productos y mercancía de contrabando de unos compartimentos a otros, y entre vagones. Incluso esconden bultos en las trampillas que hay bajo la alfombra del pasillo. Son muy molestos y la verdad es que joden bastante, además la mayoría, incluidas las azafatas, son muy bordes y parecen no tener modales.

Con todo y eso, al final nos conseguimos dormir, no sin antes echarle un vistazo al lago Baikal, que puede verse desde la ventanilla del tren. Son las 9.30 y amanece un día gris.

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