Himalaya, el techo del mundo

Llegando al techo del mundo

Dia 24 (Calero)

Hacia el techo del mundo! Incluso en un viaje ya de por sí especial tiene que haber algún día más especial que el resto. Y si además resulta coincidir con la recta final del viaje, a pocos días de la temida vuelta a casa, éste se convierte en la guinda del pastel.
Estar rodeado de montañas que superaban los 5000 metros era en sí mismo impresionante, más por lo que significaba que porque éstas realmente te dejaran boquiabierto, ya que el altiplano himaláyico estaba a sus buenos 3500 o 4000 metros.
Pero hoy era el día en que veríamos varias de las montañas más altas del mundo, puede que hasta 4 ochomiles, de los que tan solo se pueden contar 14 iguales a lo largo y ancho del mundo y que por supuesto están todos ellos en los Himalaya y Karakorum.
Y entre los que veríamos, por encima del resto, el Qomolangma (madre del Universo) o más conocido por nosotros, monte Everest. Con 8842 metros, la montaña mas alta del planeta, 237 metros más que la segunda, el K2.
Pensábamos llegar hasta el campamento base de su cara norte, desde donde allá por Mayo zarpan las expediciones con ánimo de coronarlo. Para ello necesitábamos un permiso especial, aparte de los dos que ya se nos requería para recorrer el Tibet, pero nuestro guía ya se había encargado de ello.

Salimos de Lhatse, pueblo feo donde los haya, y tras alguna hora de viaje comenzamos la ascensión de un puerto de montaña; poco a poco la nieve comenzaba a rodearnos, el frío se empezaba a hacer notar, y al fin paramos en el punto más alto.
Resultamos estar en Gyatchula, el paso de montaña más elevado de toda la travesía con 5220 metros. Para todos nosotros el sitio mas alto que jamás habíamos visitado.
Disfrutamos fuera con la nieve entre las banderolas de plegaria tibetana, nos rebozamos y tiramos bolas como críos, nos hicimos unas fotos (parece ser que finalmente conseguí parecerme al yeti en una de ellas), y después de 20 minutillos continuamos con nuestra ruta, comenzando a descender de nuevo.

Era realmente pronto, las 12:30, cuando paramos a comer al llegar a Shegar, otro pequeño pueblo que básicamente eran casas agrupadas a ambos lados de la carretera de la Amistad. Tras comer continuamos camino y llegamos a un desvío por el cual una carretera relativamente nueva y en construcción nos llevaría al Campamento Base. Sin embargo, los militares a la entrada de la carretera nos prohíben el paso. Damos fe que incluso nuestro guía intentó el soborno, pero nada funcionó, por ahí teníamos vedado el paso.
La historia que nos contó fue que esa carretera llevaba ya bastante tiempo en construcción, era una carretera financiada con fondos internacionales para facilitar la llegada al Everest, pero debido a la precariedad del estado en el que todavía se encuentran las obras, el gobierno Chino prohíbe la entrada a cualquier extranjero por miedo a que la noticia se filtre.

Continuamos pues hacia Tingri y desde allí cogimos una ruta infinitamente más precaria pero a su vez también más genuina. Sin duda es el recorrido más emocionante que yo haya hecho en coche en mi vida, tardamos 4 o 5 horas en recorrer unos 65 km en los que pasamos un desfiladero en el que apenas entraba el coche, con todo el suelo encharcado por la lluvia y un riesgo bastante real de irnos montaña abajo “like a rolling stone”. También cruzamos varias zonas en las que el coche patinaba y patinaba, teniendo que poner piedras debajo de las ruedas y tirando de reductora a más no poder. Desde luego nuestros conductores eran unos auténticos portentos, y el derrape y el contravolanteo lo manejaban a la perfección. Yo disfruté como un enano de ese recorrido.

Había bastantes coches que hacían la misma ruta que nosotros, tanto de ida como de vuelta del C.B., y a mitad del viaje les contaron a nuestros conductores que la “carretera” estaba fatal por la lluvia y que había gente volviéndose ya no sólo por el hecho de no poder llegar, si no porque había una posibilidad bastante elevada de no poder regresar si continuaba lloviendo.
No queríamos quedarnos atrapados varios días en el Campamento Base, pero desde luego lo que no queríamos era no ver el Everest, así que instamos a nuestro guía a continuar costara lo que costara; desde luego él era el menos convencido de todos, su cara era un poema viendo como estaba el camino.
Los conductores, sin embargo, sí iban bastante confiados (uno nos contó que el año anterior tuvo que estar horas con el coche atrapado en el barro en esa misma ruta) así que continuamos hasta que finalmente conseguimos llegar a Rongbuk. Allí, un precioso monasterio se alza, rodeado de majestuosas montañas, y a escasos 8 km, el Campamento Base.
Sin embargo a nuestra llegada y aun teniendo el Everest a escasos 2 o 3 kilómetros, éste no se veía, estaba todo el cielo cubierto por nubes.

Nos alojamos en una de las tiendas habilitadas para ello, hicimos una cena a base de todas las sobras del mundo y alguna más y pese a las múltiples salidas al exterior de la tienda con la esperanza de que se hubieran disipado las nubes, el Everest no se veía, absolutamente nada (no quiero coñas de mis compañeros al respecto, yo lo vi por un momento, jejeje).
Un sherpa local, mudo, nos dijo que saliéramos a las 8:00 de la mañana, que sería el momento de verlo, las nubes se despejarían.
El interior de las tiendas era frío, muy muy frío, de hecho fue la noche más fría de todo el viaje. Si te asomabas fuera de las mantas (su peso impedía que te pudieras mover más) exhalabas vaho al respirar y era una sensación agobiante el estar envuelto en mantas sin poder moverte.
Algunos pusieron alarmas a partir de las 6:00 a.m. para asomarse fuera cada media hora con la esperanza de poder ver el Everest, y nos fuimos a dormir, con el deseo ferviente de no haber desperdiciado el viaje y poder ver la ansiada montaña.
Fue, por cierto, la peor noche de todo el viaje, mi consejo es que eviteis dormir a 5200 metros de altura a no ser que sea necesario, pero ver el Everest lo era. Lo conseguiríamos?

Todas las Fotos

 

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