DÍA 5 – Mykonos y Santorini


“Comodín de cambio de isla o día-puente”

Amanecemos mal.
Tarde, inconexos, cansados, atontados, con sed… Merecidísimo todo ello, por supuesto. Así que, sin poder objetar ni un reproche por nuestro estado, nos vamos a nuestra querida Paradise Beach a aprovechar el último rato en ella antes de montarnos en el bus a Mykonos con nuestras mochilas, ya nos tocaba huir de esta isla de perversión.

EL ferry salía algo después de mediodía, tenemos tiempo, así que mientras estamos bajando las calles de la capital como almas errantes con ataúdes ceñidos a la espalda encontramos una mesa en la minúscula terraza de una pequeña Creperie, perfecto para descansar un poco y echar algo a nuestro malhadado estómago. Dicho crepe, por cierto, lo recuerdo como espectacularmente sabroso, aun sin acordarme ahora mismo de qué llevaba.

Intentamos hacer memoria colectiva (gran invento) entre ambos para ver si podemos recordar lo que hicimos la noche anterior… y después de sufrir varios tirones neuronales por el intento cogemos nuestras cosas y nos vamos para el puerto.

El puerto está atestado de gente! Nos tiramos a la sombra en una rampa por la cual pasaban los coches y autobuses a escasa distancia de nuestros pies, la espera con calor se hace pesada, pero al fin vemos llegar al ferry allá en lontananza, y se desata la locura: empujones, pisotones, mochilazos, sorrys, quite-que-voys, mecagontos y un maremagnum de gente que hace que acabemos saltando la valla y entrando por la salida, ya que la enfurecida turba que obstaculiza el paso está esperando a otro ferry sin ninguna intención de apartarse.

Dormimos algo en el ferry y finalmente llegamos a Santorini a las 19:30. Hay un caballero que nos ofrece ir al camping Perissa… mmm, creo recordar leer a Dea decir que eso estaba bien (pausa en la comunicación para publicidad: agradecimientos a Dea y a Martika por sus sabios consejos sobre Grecia), así que allá que vamos, además nos llevaban en furgoneta gratis. La primera impresión de Santorini, pese a que esté ya casi anocheciendo, es buena. Mucho menos masificada de lo que esperaba, parece una tranquila isla para recorrer en un par de días, como tenemos pensado hacer. Y las vistas de la Caldera desde lo alto de sus acantilados son magníficas.

El camping nos cuesta 6€ diarios por cabeza y el alquiler de la tienda 2€ diarios entre los dos, perfecto.
Cenamos, compramos vino local (es que somos muy costumbristas: allá donde fueres…) y a la playa a tirarnos un buen rato, hoy nos toca ir de tranquis.
Pero noooo! El vino resulta estar caliente y tan malo como una buena patada en los huevos, así que lo escondemos en un árbol -pero poco escondido- y acabamos en un bar viendo un concierto de blues, después seguimos tomándola en otro bar en plan Chill Out y terminamos haciéndonos colegas de los camareros, del dueño (acabamos fumando con él en un reservado), nos invitan a cervezas, nos ponen unos cocketeles gigantescos… patatín patatán… otra vez las 4 y pico de la mañana, a esto ya hemos jugado.

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