Día 14 (Cris)
Pekín, día 1. Nos levantamos para empezar la exploración de esta macrociudad. Vamos bordeando el lago al que hace referencia el nombre del albergue para ir a coger el metro. El metro no tiene ninguna complicación y el hecho de que los nombres de las paradas estén transcritos en caracteres latinos facilita mucho las cosas. Es sorprendente que una ciudad como Pequín solo tenga dos líneas de metro en el centro de la ciudad, y otra más, en total, tres. Eso sí, para el año que viene habrá tropecientas, porque hay un huevo de ellas en construcción según un mapa que vimos.
Nuestro objetivo es Tiananmen, la plaza más grande del mundo. La verdad es que no da la sensación de ser tan grande porque, además de monumentos, la plaza incluye varios edificios (en la misma plaza, a parte de los que forman sus lados) y eso hace que la vista no alcance toda la plaza. Eso sí, cuando vas por un lateral, sin obstáculos y te pones a patear desde el principio hasta el final, ¡telaaa!
Tras las fotos correspondientes nos dirigimos hacia la entrada de la Ciudad Prohibida. Ya dentro del recinto pero antes de llegar a las taquillas hay varias tiendas y nos pasamos allí un buen rato hasta que algunos sacian su hambre consumista. Cuando por fin conseguimos llegar a las taquillas decidimos pillar dos audioguías porque ir los 9 con una se antoja difícil. A los dos minutos de haber entrado ya nos hemos perdido, y hacemos la visita divididos en dos grupos, siguiendo las indicaciones de la audioguía, que más que dar instrucciones de cómo hacer la visita o explicar lo que estás viendo, va narrando historias surrealistas de emperadores y concubinas.
La idea es ir a comer, que es tardísimo, pero ninguno ha comido por esperar a los demás y comer juntos. Al final decidimos que ya puestos, como todos hemos picado algo dentro de la Ciudad Prohibida (patatas, galletas…), pues nos esperamos y ya cenamos. Buscamos sin éxito una supuesta oficina de turismo y acabamos a las puertas del parque Beihai (Palacio de invierno). Decidimos entrar. Son jardines con diversas construcciones, pero algunos de los edificios ya los encontramos cerrados.
Cuando salimos nos ofrecen dar un vuelta en rickshaw por los hutongs. Los hutongs son callejoncillos del centro de Pequín, turísticos pero muy auténticos. Se nos ha acercado un conductor a ofrecerse pero le decimos que somos 9; en dos segundos ya ha traído a toda la panda de amigos; empieza ahora la negociación; en principio nos pide 180 yuanes por rickshaw; K_lero, de coña, y más que nada para escandalizarlo le dice que por 200 nos tiene que llevar a todos y va el tío y acepta; nos quedamos flipando y, sin comerlo ni beberlo, acabamos en los rickshaws. La verdad es que nos sentimos un poco culpables al verlos resoplando, dejándose el alma en los pedales y a ratos bajándose para tirar de nosotros andando; la culpabilidad se nos pasa cuando vemos a la típica pareja americana, bien hermosos ellos con sus caras (¡y cuerpos!) aburguerkinados y tan felizones. El paseo es algo surrealista porque nos intentan explicar cosas pero no nos enteramos de nada. Hay uno que habla algo de inglés y hace un poco de guía para todos y otro se ve que tiene el papel de llevar las cuentas y es el que negocia en nombre de todos sus compañeros. Al final del paseo la verdad es que, pese a haber negociado al principio nos piden algo más de dinero de lo acordado.
Cuando acabamos el paseo vemos que estamos bastante lejos del metro. No vale la pena andar tanto hacia atrás, porque total, el metro tampoco es que nos deje en la puerta. Decidimos ir a cenar e ir tirando hacia el albergue andando.
Es nuestro primer día en Pequín y todavía no conocemos nada así que nos metemos en el primer sitio que vemos. Es un sitio súper auténtico, donde no ha pasado un turista en su vida. Parece un sitio de comida rápida, china claro, pero de la de verdad, no de la que nos venden aquí.
Hay que pedir en el mostrador y después pillar mesa. No hay carta en inglés, solo en chino, así que elegimos señalando una foto que hay detrás del mostrador y pa no complicarnos le decimos que de “eso” que parece un menú (ni idea de que estamos pidiendo) traiga nueve. Intentamos pedir cerveza, pero no está fría; nos ofrecen hielo, pero va a ser que no: cerveza con hielo no suele entrar en nuestros planes pero además, por mucho que comamos señalando fotos a boleo, intentamos cumplir alguna de las normas de sanidad para mantenernos vivos y la de no tomar hielo es una de ellas. Lo intentamos de nuevo pidiendo Coca Cola, que eso fijo que lo entienden; y sí, lo entienden, pero no tienen. Siguiente intento: ¿agua? No, eso es demasiado complicado, no lo pillan hasta que saco una botella vacía que llevo en la mochila; pues resulta que no, que tampoco hay agua. La china nos señala la bebida que hay en la foto del menú que hemos pedido. Que sí, maja, que nos pongas lo que quieras.
Llega el momento de sentarnos. Está bastante lleno. La china nos hace señas para que la sigamos y nos lleva al piso de arriba, que está vacío. La verdad es que es lo mejor que ha podido hacer dado el espectáculo que se avecina, aunque todavía no lo sabemos. Al poco empieza a traernos la comida: nos pone a cada uno un bol con caldo, fideos tipo espaguetis, algo así como albondiguillas, brotes de no sé que y… ¡guindillas! Además empieza a llenar la mesa con platos variados que es imposible saber lo que son (desde luego no es ni pollo con almendras ni ternera con setas y bambú). También nos trae la bebida: vasos de estos de plástico con tapa y pajita (tipo McDonalds para entendernos) llenos de una bebida no envasada y con hielo, ¡hemos triunfado! La bebida es algo que recuerda al Tang, así que encima parece que está hecha con agua, ¡juas! Pero no acaba aquí la cosa, todavía nos falta el elemento que acaba de rematar la noche: ¡¡¡los palillos!!! Sí, claro, es muy obvio, pero nunca me había visto en la necesidad real de usarlos y no tengo ni idea (ni yo ni la mayoría). El espectáculo es dantesco: ahí estamos intentando comer espaguetis caldosos con tropezones con palillos, con los morros en carne viva, moqueando y con los ojos llorosos por el picante e intentando beber lo menos posible. La verdad es que me invadió una sensación de impotencia increíble. Allí estaba yo, intentando comerme aquello y despesperándome cada vez más porque no había manera. Primero lo intenté “como toca”; después ya probé con un palillo en cada mano, haciendo palanca, con los morros dentro del bol… Y claro, éramos 6 haciendo lo mismo, y la comida no siempre acababa exactamente en nuestras ardientes bocas… Por descontado aprendo la lección: ¿aprendo a usar palillos? Noooo, ¡meto un tenedor en la mochila! Pero pese a todo tengo súper buen recuerdo de esa cena, por lo “auténtico” del sitio, por la situación y por todo.
Después de la cena (o del intento de cena) nos vamos andando al albergue y descubrimos, una calle que nos encanta: tiene un ambiente increíble de tiendas que todavía están abiertas y bares con muy buena pinta. Nos tomamos una cerveza en una terracita y fichamos la calle, a la que volveremos.
Salimos del bar y seguimos andando hacia el albergue. La calle da a un lago rodeado de bares y con un ambiente muy guapo. ¡Nos apuntamos también esta zona! Pero por hoy ya toca dar el día por acabado.
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