Beijing

Los planes se retrasan

Día 17 (Cris)

Madrugamos para aprovechar el que, ilusos de nosotros, pensamos que es nuestro último día en la capital china. Recogemos todo y dejamos las mochilas en recepción. El plan para hoy es ir al Templo del Cielo pero antes tenemos asuntillos que aclarar: se supone que esta noche cogemos el tren a Lhasa pero todavía no tenemos permisos ni billetes ni nada de nada; lo último que tenemos es un mail de la agencia que nos lo tramita diciendo que los permisos están de camino (tienen la dirección del albergue de Pekín), pero nada más.

Llamamos a Nepal, a la agencia con la que hemos contratado el tour al Tibet y que se encarga de permisos y billetes para llegar allí pero no conseguimos nada; nos llaman desde una agencia china y en principio pensamos que es un corresponsal de la agencia nepalí en Pekín, pero no, simplemente es una agencia subcontratada a la que le han dicho que tiene que conseguir billetes para nueve personas a Lhasa y les han dado la dirección y el teléfono del albergue donde estamos para que se las arreglen con nosotros; por supuesto no saben de que va la película que les estamos contando. Por lo visto de tren, nada de nada. ¿No queríamos “camino al cielo”? Pues lo vamos a tener y literalmente, por gentileza de Air China. Nos encasquetan unos billetes de avión y, encima, resulta que son para pasado mañana, cuando contábamos con salir hoy. Quedamos con la chica de la agencia china para el día siguiente por la mañana, para que nos traiga los billetes, para los que encima tenemos que pagar un suplemento, que es la diferencia de precio entre el tren y el avión.

Pasamos toda la mañana llamando a Nepal y bombardeándoles a correos. Miramos por Internet a ver si encontramos alternativas por nuestra cuenta y lo que encontramos es ¡que han cerrado las fronteras del Tibet! ¡Lo que nos faltaba! Seguimos investigando y resulta que no, que de cerrar las fronteras nada, pero que han dejado de emitir permisos y nosotros sin saber seguro si los nuestros están listos o no. Después de toda la mañana en el albergue decidimos que ya está bien de perder el tiempo; volvemos a meter las mochilas en las habitaciones y les mandamos un mail con varios de nuestros móviles para que nos puedan localizar y nos vamos.

Visto lo visto, mañana seguiremos aquí y hoy ya no son horas de ir al Templo del Cielo así que nos dedicaremos a ir de compras para superar la frustración. De camino al metro paramos a comer, que ya es tardísimo. Después pillamos metro y nos plantamos en el Mercado de la Seda; se supone que es un mercado tradicional, que antiguamente estaba en la calle, pero ahora funciona dentro de un edificio. Desde luego lo último que esperábamos es lo que encontramos: un pedazo centro comercial que, según acabo de descubrir (anda que ya podríamos haber investigado antes) el Daily China describe como «the third best-known tourist destination in Beijing after the Palace Museum and the Great Wall»; resulta que recibe 20.000 turistas a diario que se incrementan a 50.000 o 60.000 los fines de semana.

Y, tras los datos oficiales, mi impresión personal: ¡arggggh! Son varias plantas de puestecillos, llenas de chinos agobiantes a más no poder, nunca había visto nada igual. Nada más entrar dos chinas enganchan a Regue y tiran de él una por cada brazo sin dejar que se vaya; Regue, con las dos chinas enganchadas, nos mira con ojos suplicantes pero ninguno se atreve a ir a rescatarlo. Nuestra distancia prudencial no nos sirve de nada porqué sin saber ni como otra china ya le ha encasquetado una camisa a Caravan; se la ha colgado del cuello, percha incluida y el argumento de Caravan de que él no usa camisas no parece ser válido para ella. Lo de huir no sirve de nada porqué te persiguen al grito de “amigo, amigooo”. Hasta ahora los problemas de comunicación se han sucedido porqué nadie habla ni papa de inglés pero parece que hemos entrado en una dimensión paralela donde todos los chinos han pasado por los cursos del Instituto Cervantes. Ya no sé si reir o llorar cuando por megafonía se oye: “señola Catalina Malía, señola Amalia Concepción y señola Malgalita Lobelta, su autocal las está espelando”. ¿Que no hay ninguna vacuna obligatoria para entrar en China? Pues Sanidad debería replanteárselo: la de alergia a los chinos me parece imprescindible. ¡Pero que horror de sitioooo!

Tras esto, decidimos ir a una calle comercial, ¡juas! Es una de las avenidas principales y me apetece verla porque tengo la impresión de que, aunque haya turistas, también habrá chinos, pero haciendo su vida diaria, no gritando “amigo, amigooo”. Pillamos metro y nos plantamos allí. Simplemente, alucinante: estamos en una calle peatonal llena de comercios y todos ellos con tecnología punta; sus carteles no son los típicos sino unos pedazo neones enormes completados con pedazo pantallas donde ponen vídeos, etc. Los anuncios de Picadilly no les llegan ni a la suela de los zapatos a estos. Fijo que la mitad del consumo eléctrico de Pekín es de esta calle. Parece increíble que los hutongs y esta calle formen parte de la misma ciudad.

Después de guarrear escorpiones, estrellas de mar y varias cosas que ni siquiera sé lo que son considero que ya he cumplido con creces con la comida local y decido que, para rematar mi cena-guarreo me he ganado el derecho a zamparme un McMenú de postre. Para los que me conocéis, deciros que, en contra de lo que estáis pensando, fue el único McDonalds que pisé en un mes: ¡Asia me transforma!

Antes de ir al albergue y dar por terminado el día, parte de la expedición decidimos ir a ver la plaza de Tiananmen de noche.

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