Carretera de la Amistad, Tibet

Hacia la carretera de la Amistad

Dia 22 (Javi)

Tras una noche de tormenta, amanece un cielo gris. Hoy es el día que empezamos la famosa carretera de la amistad que une Lhasa y Kathmandú por tierra, una de las rutas más hermosas que se pueden hacer en el mundo, y que atraviesa una de las regiones más desoladas y remotas de la tierra, el altiplano tibetano, y que comprende una altitud media que oscila entre los 4000 y 5000 metros. Eran unos 900 kms. los que nos separaban de Kathmandú, casi 5 días de travesía atravesando los Himalayas. Desde el principio teníamos claro que era «lo mejor» del viaje, sobre todo porque pretendíamos alcanzar el campo base del techo del mundo, y sin duda alguna, era “la aventura”. Si existiese una autopista en el cielo, posiblemente esta ruta sería lo más parecido. Con estas expectativas salíamos del hotel. Enseguida vemos que nos esperan el guía y 3 conductores (el veterano, el gordete y el Elvis) con 3 4×4, con lo que nos dividimos en 3 grupos: las 3 parejas se distribuyen como pueden en 2 coches intercambiándose en cada parada, mientras los 3 solteros: Lyon, Illenca y yo, nos acomodamos en el otro coche. Iniciamos ya la ruta por una carretera convencional en la que de vez en cuando hay controles policiales, que curiosamente miden el tiempo entre control y control para saber a la velocidad a la que vas y vigilando que no te pases, con lo que a veces teníamos que hacer paradas técnicas, donde aprovechábamos para estirar las piernas y tener contacto con los nativos. Al principio la carretera es asfaltada, había mucha niebla en las montañas por las que pasamos. Luego la ruta se encamina por unos desfiladeros siguiendo el curso de un gran río, el Yarlung Tsampo, sagrado para los tibetanos. Es impresionante, picos de 5000 metros a ambos lados, aunque por aquel entonces no sabíamos que esto era sólo el principio y lo mejor estaba por llegar.

A media mañana llegamos a un pueblecito, donde comemos en un bareto de carretera lo poco que hay: arroz, carne y noddles, a su elección, no estaba mal. El sitio era bastante auténtico, ya que empezamos a ver la vida tibetana fuera de Lhasa. Al acabar de comer, ocurre algo surrealista puesto que uno de los 4×4 se avería y el guía con el primer coche y 3 de nosotros sigue adelante sin preocuparse apenas. Los demás nos quedamos allí sin saber muy bien qué hacer. Por un momento nos ponemos a empujar el coche a ver si arranca pero no hay manera. Entre gestos, pues no estaba el guía y no teníamos ni idea de tibetano ni los conductores de inglés, decidimos montarnos 7 en el coche que funciona, con Tere en el maletero, y seguir hacia adelante, mientras el otro conductor se queda en el pueblo intentándo reparar el otro coche. Perdemos más de media hora hasta que por fin nos reencontramos de nuevo, justo en el momento en el que empieza uno de los tramos más apasionantes, con paisajes semidesérticos, muy montañosos, auténticas pistas de tierra, realmente espectacular.

De vez en cuando, observamos colinas funerarias, que son lugares donde esparcen los restos de los muertos, descuartizados, a modo de ritual, y donde esperan las aves carroñeras. En un documental escuché que forma parte del ciclo de la vida y que además, la tierra en el Tíbet es tan dura que cuesta mucho excavarla. Seguimos carretera y manta, y vemos también numerosos poblados, en lugares tan inhóspitos y en los que abunda la pobreza. Los niños siempre te saludan para que les des algo, y cuando no, hay alguno muy cabroncete que nos tiraba piedras al coche.

Después de ir un largo tiempo de rallyes, divisamos allá a lo lejos una colina-fortaleza a la que nos vamos aproximando. Estamos llegando a Gyantse, un pueblo que en su parte antigua es casi medieval, y conserva muy bien la cultura tibetana, gracias a su monasterio, el Palkhor, rodeado por una larga muralla, y que se mantiene bastante bien a pesar de la destrucción de numerosos templos en la revolución cultural de los años 60. Empezamos a visitar el monasterio y la estupa de Kumbun, o de las 100.000 imágenes, con nueve pisos y un total de 108 capillas donde se encuentran miles de esculturas de arcilla. Esta original construcción es única en el Tibet. Poco más tarde se pone a llover a cántaros y vamos a refugiarnos. La parte moderna de Gyantse se reduce a un par de amplias calles cruzadas perpendicularmente llenas de tiendas.

El hotel también es de lujo. La verdad es que nos sorprendemos con tanto lujo, hubieramos deseado algo más normalito, aunque todo llegaría… Esta vez le toca a Lyon dormir solo, pero aquí no hay masajistas. Damos una vuelta hasta la hora de la cena, donde varios pedimos pizza de yak, buenísima. De vuelta al hotel nos apalancamos en la habitación de Lyon, mientras hacemos kalimotxo con el que nos animamos y rememoramos anécdotas del viaje, ya sabéis cuáles, mientras le manchamos la cama a nuestro lioncito xDDD

Y más tarde, a sobarla.

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